2 La vida cotidiana es un desafío a nuestras relaciones
Ejemplo 1:
Daniela y David están casados desde hace 8 años. Tienen dos niños, un muchachito de 7 años y una niña de 5. Los padres piensan constantemente cómo pueden educar a los niños mejor. Están seguros y de acuerdo en que los quieren. Con mucha frecuencia ocurre que los niños van primero donde Daniela para pedirle algo y la mamá no se lo dá. Entonces van donde el papá – cuando está en la casa – y con él reciben lo que quieren. Para David eso no es gran cosa. Los complace con las cosas pequeñas que desean y cuando ellos le sonríen tiene la impresión de que así deben ser las relaciones en la familia. No tan frías y sobre todo no tan rígidas como se acordaba que habían sido en su niñez.
Entonces Daniela se queja. “Cómo puede ser que les permitas a los niños algo que yo acabo de prohibirles? Es que crees que soy una idiota o qué?” “Yo no sabía. Vienen donde mí y me piden y yo no veo por qué no permitírselo. Por Dios, se trata de un pedazo de chocolate. Tú haces un escándalo como si con éso el mundo fuera a dejar de ser!” “Tú socavas mi autoridad, aparezco ante los niños como una idiota cuando no les permito algo pero tú sí!”
Daniela está furiosa y siente que David no la toma en serio. David se siente criticado y está resentido, siente que en la casa no se permite que él diga nada. Los dos se sienten mal con esa situación.
Ejemplo 2:
Elizabeth y Ernesto tienen 24 años de casados. Los hijos hace tiempo que salieron de la casa. Edith, la hija, estudia psicología y Galo, un año menor, estudia ingeniería.
Elizabeth todavía se preocupa por ellos y los llama por teléfono cada semana. Ernesto siente que ellos ya tienen que aprender a ser independientes y para que lo aprendan se les debe permitir vivir tranquilamente su propia vida. Para tener paz en la casa Elizabeth los llama a escondidas y les pide no contarle al papá de sus llamadas.
Con frecuencia ocurre que a Edith o a Galo no les alcanza el dinero que reciben (el padre le manda a cada uno 450 euros mensuales). Llaman entonces a la mamá y ella les manda algo, pidiéndoles que no le cuenten al papá.
Sinembargo ocurre que con frecuencia Ernesto se entera de esas ayudas adicionales y entonces hay discusión. “Tú malcrías demasiado a los hijos, cuándo van a aprender a bastarse con lo que tienen?” “Tú eres tan rígido, tan inflexible – si son nuestros hijos y no parientes lejanos! Y los tiempos han cambiado, todo está ahora más caro y los jóvenes tienen que poder de vez en cuando costearse algo especial.” “Pero así nunca van a aprender a adaptarse a lo que tienen. Van a tener siempre deseos más caros y cuando nosotros no estemos más en este mundo o cuando no podamos darles más, qué van a hacer?”
“Yo sólo quiero lo mejor para los niños para que en el futuro les vaya mejor.” “Entonces tienen que aprender a medir sus ingresos, precisamente porque todo es ahora más caro. Pero tú siempre les das la sensación de que de cualquier manera la mamá lo logra.
Con tu actitud les das la impresión de que yo, su papá, soy avaro y que no quiero a los hijos! Realmente me haces ver ante ellos tacaño, no lo notas?” “Pero Ernesto, eso no es así. Ellos saben que tú en forma responsable los respaldas y es cierto que pueden economizar. Yo veo las cosas así: son nuestros hijos que todavía nos necesitan. Me alegra saber que me necesitan y que los puedo ayudar. En muchas familias la situación es distinta. Los jóvenes no hablan ni una palabra más con sus padres!” “Ese no es el caso. Tú no me entiendes!” Los dos pasan días enteros disgustados y ninguno de los dos se siente comprendido.